Comencemos bien doctos con esta reflexión. La palabra “ecología” procede de dos raíces griegas, oikos (casa u hogar) y logos (estudio), por lo que vendría a querer significar algo así como el estudio de los elementos que constituyen el hogar, de los organismos y también de las relaciones que estos organismos mantienen entre sí.
Según el diccionario de la RAE (Real Academia Española) este…eh…¡esperen un momento! ¿A alguien todavía le importa lo que diga la RAE?
Bueno, continuemos, esta intrincada y compleja red de relaciones que se da entre los seres vivientes denominada ecología tiende generalmente a hacia una especie de equilibrio, salvo el caso en el que esta supuesta armonía se vea alterada por agentes extraños al ecosistema, que pueden ser tanto elementos climáticos naturales como el perturbador accionar de los propios seres humanos. Y son estos mismos desordenes los que constituyen el centro de la crisis ecológica.
El trato que los seres humanos le damos a la ecología es consecuencia directa de lo que interpretamos que es la ecología, ya que según uno estime el significado de algo va a tratarlo de tal o tal manera. Es por esta razón que el credo o religión predominante en una sociedad va a determinar en forma general el trato que ésta le dé al medio ambiente que la rodea.
Es en este sentido que desde hace tiempo se acusa a la religión judeocristiana de ser la principal culpable de la crisis ambiental.
Para ciertos pensadores, la visión antropocéntrica (Que pone al ser humano como absoluto centro de todo..) que sostienen el judaísmo y el cristianismo habría servido de caldo de cultivo para establecer al hombre en la posición que tiene actualmente como ”centro del universo y fin en sí mismo”, a costa de menospreciar al resto de la creación y de considerar a toda la naturaleza un mero recurso para satisfacer sus necesidades. (En esta dirección hay que admitir además que ni la revolución científica moderna, ni el darwinismo, ni el capitalismo, ni los avances tecnológicos del siglo XX han ayudado mucho en esta cuestión.)
Es así que está en pleno crecimiento la idea de que la actual tragedia ecológica hunde sus raíces profundamente en la arrogancia cristiana de suponer el señorío ilimitado del hombre en base al mandato divino de “reproducirse y dominar la tierra”. De ahí el hecho de que cada vez más personas preocupadas por la destrucción medioambiental desconfíen en los argumentos del cristianismo y prefieran las visiones animistas y panteístas de la naturaleza que ofrecen las religiones orientales.
¿Qué podemos decir como cristianos a todo esto?
Bueno, primeramente nos es imposible negar que la cultura occidental se haya forjado sobre la soberbia idea de que la superioridad del hombre en el universo justifica el dominio abusivo de la naturaleza, sin embargo, el descargo inmediato que podemos hacer sobre esto es admitir que, si bien esta aptitud se ha venido manteniendo a lo largo de la historia por personas y comunidades que se hacían y hacen llamar cristianas, es evidente que estas no han vivido ni mucho menos a la altura de los valores cristianos propiamente dichos.
Esto sucede hoy en día y pareciera ser que los cristianos estamos dando sistemáticamente razones a las personas para que el nombre de nuestro supuesto Señor sea ensuciado, ya que si ni siquiera los que nos hacemos llamar sus discípulos, y en teoría vivimos por Él y para Él, prestamos atención a sus enseñanzas sobre nuestra responsabilidad ambiental, entonces.. ¿Qué futuro le deparará al mundo y al cristianismo en sí?
Porque lo que no todos parecen tener bien en claro es que si bien Dios puso al hombre en el jardín del Edén para que este se reproduzca y lo domine (Génesis 1:28) también con el mismo tenor lo puso para que lo cultive y lo cuide (Génesis 2:15). Aunque para comprender más el compromiso que el cristianismo tiene con la creación es necesario darse cuenta que la Biblia no se refiere a este tema sólo en el Génesis, sino también en otros lugares, como las cartas de Pablo, las enseñanzas de Jesús o en los Salmos, por ejemplo, donde la creación aparece claramente como un reflejo de la bondad del Creador, de modo que las personas podemos experimentar a través de ella el amor y la proximidad de Dios. Esta concepción implica que la naturaleza no es únicamente para ser dominada por el hombre, sino que constituye un reflejo del amor de Dios y que este dominio debe ejercerse no con menos afecto.
A los cristianos no nos es fácil comprender estas cosas, ya que, aunque suena todo muy tierno, el vivir de una forma ecológicamente justa requiere muchas veces reducir el nivel de consumo, reducir el nivel de confort y comodidad, requiere sacar lo material del centro de nuestro corazón, requiere “sacrificios” que no estamos dispuesto a dar, ya que después de todo los creyentes tenemos el as bajo la manga de poder decir “Dios no dice eso, esa es tu interpretación de la Biblia” así que, en su momento, Dios dirá si dijo o no dijo, pero lo que si queda claro es que la explicación de tantos abusos ecológicos por parte del creyente no hay que buscarla tanto en la teología, sino más bien en la defensa por el statu quo de su estilo de vida.
Para concluir, estimo que no me parece justo acusar a la Biblia o al mensaje de Cristo de haber originado la crisis ecológica, más bien basta admitir que si los cristianos mismos somos culpables en algún aspecto es porque no hemos respetado el mensaje bíblico y estamos actuando de manera equivocada.
Según el diccionario de la RAE (Real Academia Española) este…eh…¡esperen un momento! ¿A alguien todavía le importa lo que diga la RAE?
Bueno, continuemos, esta intrincada y compleja red de relaciones que se da entre los seres vivientes denominada ecología tiende generalmente a hacia una especie de equilibrio, salvo el caso en el que esta supuesta armonía se vea alterada por agentes extraños al ecosistema, que pueden ser tanto elementos climáticos naturales como el perturbador accionar de los propios seres humanos. Y son estos mismos desordenes los que constituyen el centro de la crisis ecológica.
El trato que los seres humanos le damos a la ecología es consecuencia directa de lo que interpretamos que es la ecología, ya que según uno estime el significado de algo va a tratarlo de tal o tal manera. Es por esta razón que el credo o religión predominante en una sociedad va a determinar en forma general el trato que ésta le dé al medio ambiente que la rodea.
Es en este sentido que desde hace tiempo se acusa a la religión judeocristiana de ser la principal culpable de la crisis ambiental.
Para ciertos pensadores, la visión antropocéntrica (Que pone al ser humano como absoluto centro de todo..) que sostienen el judaísmo y el cristianismo habría servido de caldo de cultivo para establecer al hombre en la posición que tiene actualmente como ”centro del universo y fin en sí mismo”, a costa de menospreciar al resto de la creación y de considerar a toda la naturaleza un mero recurso para satisfacer sus necesidades. (En esta dirección hay que admitir además que ni la revolución científica moderna, ni el darwinismo, ni el capitalismo, ni los avances tecnológicos del siglo XX han ayudado mucho en esta cuestión.)
Es así que está en pleno crecimiento la idea de que la actual tragedia ecológica hunde sus raíces profundamente en la arrogancia cristiana de suponer el señorío ilimitado del hombre en base al mandato divino de “reproducirse y dominar la tierra”. De ahí el hecho de que cada vez más personas preocupadas por la destrucción medioambiental desconfíen en los argumentos del cristianismo y prefieran las visiones animistas y panteístas de la naturaleza que ofrecen las religiones orientales.
¿Qué podemos decir como cristianos a todo esto?
Bueno, primeramente nos es imposible negar que la cultura occidental se haya forjado sobre la soberbia idea de que la superioridad del hombre en el universo justifica el dominio abusivo de la naturaleza, sin embargo, el descargo inmediato que podemos hacer sobre esto es admitir que, si bien esta aptitud se ha venido manteniendo a lo largo de la historia por personas y comunidades que se hacían y hacen llamar cristianas, es evidente que estas no han vivido ni mucho menos a la altura de los valores cristianos propiamente dichos.
Esto sucede hoy en día y pareciera ser que los cristianos estamos dando sistemáticamente razones a las personas para que el nombre de nuestro supuesto Señor sea ensuciado, ya que si ni siquiera los que nos hacemos llamar sus discípulos, y en teoría vivimos por Él y para Él, prestamos atención a sus enseñanzas sobre nuestra responsabilidad ambiental, entonces.. ¿Qué futuro le deparará al mundo y al cristianismo en sí?
Porque lo que no todos parecen tener bien en claro es que si bien Dios puso al hombre en el jardín del Edén para que este se reproduzca y lo domine (Génesis 1:28) también con el mismo tenor lo puso para que lo cultive y lo cuide (Génesis 2:15). Aunque para comprender más el compromiso que el cristianismo tiene con la creación es necesario darse cuenta que la Biblia no se refiere a este tema sólo en el Génesis, sino también en otros lugares, como las cartas de Pablo, las enseñanzas de Jesús o en los Salmos, por ejemplo, donde la creación aparece claramente como un reflejo de la bondad del Creador, de modo que las personas podemos experimentar a través de ella el amor y la proximidad de Dios. Esta concepción implica que la naturaleza no es únicamente para ser dominada por el hombre, sino que constituye un reflejo del amor de Dios y que este dominio debe ejercerse no con menos afecto.
A los cristianos no nos es fácil comprender estas cosas, ya que, aunque suena todo muy tierno, el vivir de una forma ecológicamente justa requiere muchas veces reducir el nivel de consumo, reducir el nivel de confort y comodidad, requiere sacar lo material del centro de nuestro corazón, requiere “sacrificios” que no estamos dispuesto a dar, ya que después de todo los creyentes tenemos el as bajo la manga de poder decir “Dios no dice eso, esa es tu interpretación de la Biblia” así que, en su momento, Dios dirá si dijo o no dijo, pero lo que si queda claro es que la explicación de tantos abusos ecológicos por parte del creyente no hay que buscarla tanto en la teología, sino más bien en la defensa por el statu quo de su estilo de vida.
Para concluir, estimo que no me parece justo acusar a la Biblia o al mensaje de Cristo de haber originado la crisis ecológica, más bien basta admitir que si los cristianos mismos somos culpables en algún aspecto es porque no hemos respetado el mensaje bíblico y estamos actuando de manera equivocada.
Bueno me parecen respetables todas las opiniones que existan, lo que si me gustaría compartir es que debemos orar todos los días, como forma de agradecimiento hacia Dios.
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