Siempre admiré las fotos del tráfico nocturno, esas con largos tiempos de exposición que capturan la luz de los automóviles en todo su recorrido. Son una buena representación del intenso movimiento que se da en las ciudades, movimiento que ni la falta de luz, ni las inclemencias climáticas pueden frenar.
Durante el día, el paso de los peatones quema la suela al andar, y los medios de transporte dejan su huella en el asfalto. ¿A dónde van con tanto apuro? ¿Cuántas horas tiene un día? ¿Siempre corriendo?
Estamos frente a megaciudades latinoamericanas en crecimiento, cada día más activas. Con sus grandes estructuras de cemento, sus luces envolventes, su velocidad y sus artificios, estos grandes monstruos no nos permiten ver más allá de sus murallas-autopistas, y no nos damos cuenta que más allá de sus fronteras, lejos y no tanto, devoran recursos naturales para sostenerse en pie. Mientras tanto, en su interior, alienan la esencia natural de los seres humanos.
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